El otro Carnaval
Por: Itzel Loranca / IMG.
Foto: Jonatan Rosas / IMG.
Una batalla de
perreo acontece en plena calle. Al ritmo del reggaetón, tres parejas bailan al
pie de la torre de una cervecera, por algo más que la gorra o la playera que
les espera al final del concurso. La audiencia solo reconocerá con aplausos a
los más desenfrenados, a los que destapen su sexualidad en cara de todos y no
teman a la vergüenza.
Sobre el bulevar
Ávila Camacho, entre tablones de metal que sirvieron de gradas para ver el
último desfile del Carnaval de Veracruz, escenas similares se repiten frente a
puestos de cerveza y casi cualquier punto de venta del que emane música.
Son casi las 10
de la noche y la cartelera oficial de la fiesta, diseñada por el Comité
Organizador con el patrocinio del gobierno estatal y el ayuntamiento, señala el
concierto del cantante de banda Julión Álvarez, en la Macroplaza del Malecón.
Sin embargo, la agenda de cientos de veracruzanos y turistas, no tiene horas ni
lugares marcados.
El único asunto
que atienden durante 10 días enteros es despedir la carne, antes de recibir la
cruz de ceniza, algunos, o el bautismo de la rutina y las normas sociales,
otros.
En Veracruz, beber
en la vía pública solo es permitido durante el Carnaval. Más aún a los hombres
y mujeres que recorren casi 5 kilómetros en el bulevar, moviendo los pies, los
brazos, el torso y las caderas a ritmo de salsa, merengue, cumbia, son y
danzón.
De día y de
noche, suman 6 los paseos que realizan a sol y sombra, con frío o calor, según
el humor del tiempo. Cargando plumas, lentejuelas, organza, satén, raso, alas,
sombreros de rumba y pachuco, los comparseros destilan la gota gorda.
Pero antes que
sudor, exudan entusiasmo. Es un trance de felicidad que no revela su cansancio
ni su deshidratación, en ningún momento.
Un trago de
cerveza, ron o caña, levanta el ánimo de algunos. Llevan en sus manos vasos o
botes de plástico que convidan a sus compañeros. Los hay quienes preparan junto
al equipo de sonido montones de hielo para las botellas de alcohol, además del
refresco y agua para los más pequeños de la agrupación.
Haciendo
malabares entre la coreografía, las cámaras, el saludo del público y los
recipientes de la bebida, llegan casi impecables hasta el final del paseo,
luego de 3 horas de haber iniciado.
Para muchos de ellos la celebración continúa. Entre puestos de cerveza y fritangas, afuera de los conciertos masivos, o recorriendo nuevamente la ruta que bailaron, se les ve con sus familias, parejas o amigos.
Entre la
multitud pueden reconocerse. El pantalón de vivos colores, el maquillaje de
fantasía, el vestido de olanes, o las plumas en la mano los delatan.
Han pasado 92 años desde que se inauguró la primera celebración carnestolenda, con Lucha Reygadas, como la Reina, junto al mar. Su graciosa majestad soportó las rachas frías del viento de Norte en un vestido blanco sin mangas y con los hombros al descubierto.
Su pueblo,
resguardado del aire con sacos y sombreros, la despidió en el muelle mientras
abordaba el bote que la llevaría a un paseo por la bahía. El desfile de buques,
bailes de máscaras y la creación de una Corte Real, era orquestado por
empresarios que deseaban aumentar sus ganancias con el turismo.
Las décadas pasaron,
convirtiendo los botes en carros alegóricos que, primero por la calle
Independencia del Centro Histórico y luego, por el bulevar Ávila Camacho,
llevaban sobre sí a la Reina y el Rey de la Alegría, los Reyes Infantiles y sus
comitivas, elegidos por aportar sumas fuertes de dinero.
Entre ellos, grupos de veracruzanos bailando y divirtiéndose, las comparsas, batucadas y bastoneras, que vinieron a sustituir a los grupos de enmascarados que desde finales del siglo XIX salían a las calles de la ciudad, haciendo alboroto y causando revuelo.
Los empresarios
locales dejaron de invertir en la festividad. Su lugar fue ocupado por grandes
compañías de cerveza, refrescos, televisoras y el gobierno del estado. La
fiesta de la disipación ahora cuenta con un reglamento, con sedes para la
liviandad y momentos para el escándalo.
A la par se vive
otro Carnaval. El de quienes tienen la playa como almohada de la embriaguez, a
las calles como baños públicos, las esquinas y callejones oscuros como
habitaciones para el amor, y al licor como el pan de cada día, todos los días.
Por eso, cuando la Princesa Primera de este año, Beatriz Adriana Zavaleta, renunció en video a la celebración y acusó de fraudulenta la victoria de Priscila Valencia Leal como Reina, los jarochos decidieron que era más relevante compartir con sus amigos la secuencia de la mujer que al calor del baile y el alcohol se despoja de sus calzones en público, en el Carnaval.
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El viento de
Norte en Veracruz acompaña siempre al Carnaval. Como la festividad, es
bullanguero, fresco y poco predecible. Este 2016, su amenaza de rachas
superiores a los 85 kilómetros por hora, causó la alarma de las autoridades de
Protección Civil y del Comité Organizador. Decidieron suspender el primer
desfile de carros alegóricos, el sábado 6 de febrero.
Los
concesionarios de las gradas se manifestaron argumentando las pérdidas
económicas y con ellos salieron también algunas personas que exigían la realización
del paseo. Sin embargo, cientos de veracruzanos y turistas tomaron la
celebración en sus propias manos.
Desde las 2 de
la tarde y hasta entrada la noche, grupos de jóvenes en su mayoría llegaron al
bulevar. Sin comparsas ni carros alegóricos, bailaron con la música que les
brindaron las casetas de cerveza. Alcohol en vasos de cartón de casi un litro,
circuló de mano en mano mientras los hot dogs, los esquites, elotes y volovanes
fueron el manjar de la jornada.
Una patrulla de la policía estatal trató de
hacer su rondín inútilmente por el bulevar, pues a la altura de la calle
Washington, las más de 100 personas ignoraron las sirenas y llamados de altavoz
para que se apartaran. Siguieron moviéndose al ton y el son del reggaetón que
sonaba en ese momento, mientras la camioneta oficial echaba reversa y salía por
las laterales.
Unos tres días
después, la escena se repetiría. El ruido de la sirena, la voz del policía en
las bocinas, el motor del vehículo. Esta vez, la gente cedió a regañadientes.
La patrulla avanzó entre la rechifla hasta perderse en la siguiente cuadra.
Luego, tres parejas sumidas en el baile del perreo recobraron el centro de
atención.
Aunque la gorra
terminó en manos de un joven musculoso de piel bronceada y su novia oronda, fue
una veracruzana de pequeña estatura la que se llevó el reconocimiento de todos
los que observaban. Quedó inmortalizada en el celular de uno de los
espectadores.
“¡Esa es mi
hija!”, gritó con júbilo una señora. Orgullosa, la mujer permaneció como fiel
guardiana junto a la joven, evitando que manos largas interrumpieran a la chica que, parada
de manos, recibía a su novio con las piernas abiertas al ritmo del reggaetón.